Así, serena, misteriosa, firmemente, me dijo Alejandro Lewis. Fue compartiendo unos mates en el minúsculo local de “El Estar del Runa”, a mitad de cuadra de la calle Córdoba al 100. Una mañana fría y soleada, un mes antes de que el Ale partiese al Nevado de Sajama.
Esencialmente bueno, sensible, espiritual; sencillo y nutritivo como el pan casero. Sagaz inteligencia e ingenuidad de niño. Fuerte y amable; duro y tierno. “Quiero ser la misma persona en la calle y en privado, sólo estar”, decía. Además, el Ale era montañista, guía de turismo cultural, amador de la tierra y los pueblos olvidados.
En aquellos días lo rodeaba tristezas, injusticias, incomprensiones, naufragios de proyectos y amores contrariados. Coincidíamos apasionados en ideas, teorías, gustos, quimeras y emprendimientos. Pero mis obligaciones laborales y familiares diferían de su libertad.
Precisamente, junto a mis pequeños hijos y esposa, almorzamos con Alejandro. Como despedida previa a su partida a Bolivia.
Murió el 19 de agosto de 2004, subiendo El Sajama. Para Estar con la Montaña.
Fuente: Darío Alberto Illanes